Te mereces la paz después de luchar tanto por ella. Has cruzado infiernos para llegar donde estás, has llorado mares, has gritado tempestades y sufrido en silencio ahogado con las palabras que no te atreviste a pronunciar. Renunciaste a los amaneceres a cambio de esperanzas cargadas de ¿estará detrás de la próxima puerta que abra?. Todo el tiempo preguntándote que sería la felicidad que tanto buscabas y dónde hallarla. Adoptaste mil y una formas para acecharla, planeando su captura. La única bala de la ruleta rusa, el último aliento de la Luna para dejar paso al Sol, el valor del suicida, la separación de los amantes, la voz interior del sabio e incluso te atreviste a ser la libertad encerrada en la mente de los débiles. Hasta que un día, con el cansancio en los huesos, me atravesaste los ojos, diciéndome con las ventanas del alma lo que las palabras no pueden alcanzar. Un corazón nunca tocado duele más que uno hundido y que el invierno crecido en tu interior ni a la más bella flor perdona.
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