La impotencia recorría su cuerpo como las aguas violentas del río golpean las rocas al final de la cascada. Su rostro se contrajo en una expresión aterradora. No sentía compasión, se sentía sola, abandonada por todo aquello que una vez amó.
Lo que la definía había desaparecido. No era capaz de sentir empatía. A la vez no podía evitar sentir odio hacia si misma por todo ello. Su cuerpo perdió las fuerzas y lentamente se deslizó por la pared hasta llegar al suelo. Abrazó sus rodillas hasta que le quedaron a la altura del pecho. Escondió su cara. La oscuridad siempre la ayudaba a relajarse y a pensar mejor. Respiró profundamente. No quería que fuera fácil, solo quería ser fuerte para afrontase a la vida, quería ser mejor. La mejor versión de si misma.
Cuando te arrebatan algo por lo que has estado trabajando tan duro y has entregado todo tu ser en ello, perder lo más importante de tu vida, sentirte perdido después de creer haber encontrado tu camino y tener que volver a empezar de nuevo, salir de la peor época de tu vida hasta el momento y vivir con el miedo de volver a caer.
Cuando te ves solo tienes dos opciones para seguir adelante: o haces lo que te da la real gana, eres irresponsable, vives de excesos sin importarte las consecuencias o puedes coger las riendas de tu vida y ser tu propio mentor. Está en tus manos hacer lo que más te conviene y tomar las decisiones que pueden cambiar y determinar tu vida en momentos de crisis.
Ella ya había tomado una decisión, se levantaría como había hecho siempre, volvería a intentarlo. No le importaba si le costaría el doble, ella volvería a empezar. Lo haría. Lo conseguiría. Volvería a intentarlo. Y ahora dime, ¿tu ya sabes que hacer?
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